El pequeño Pierre fue llevado entonces a casa de unos tíos en la localidad suletina de Ithorrotze (Ithorrots-Olhaiby). Aprendió francés en la escuela, pero también el bearnés, ya que su tía no hablaba más que dicha lengua, de manera que Pierre perdió buena parte de su euskera labortano.
En aquel tiempo era párroco de Ithorrotze el padre Dassance, quien después fuera nombrado rector de Arnegi. Pierre Lafitte ayudó en las celebraciones eclesiásticas desde bien pequeño, hasta que un buen día confesó al vicario su deseo de estudiar para ordenarse sacerdote. Entró al seminario de Belloc, en Ahurti (Urt), a la edad de 11 años. Eran tiempos de guerra, llenos de penalidades, que el muchacho supo sobrellevar sin dificultades, de manera que superados los cursos intermedios, pudo ingresar al finalizar la guerra en el seminario mayor de Bayona, junto con algunos colegas y excombatientes de la gran guerra.
Los profesores del seminario se percataron de inmediato del espíritu despierto y agudo de nuestro joven alumno, especialmente Jean Saint Pierre y Clément Mathieu, quienes antes de la guerra habían obtenido a su vez una sólida formación que les permitió a ambos en breve plazo llegar a ser obispos.
Jean Saint Pierre, bajo la firma de J.S.P. o de Anxuberro, se había ya significado como orador y periodista en el semanario Eskualduna de Bayona y en el diario Euzkadi de Bilbao. Fue él quien orientó al joven seminarista de Ithorrotze hacia los estudios vascos, al poner en sus manos diversos libros, como Erlisionea de Arbelbide, la Grammaire de Ithurry, y el Diccionario vasco de Azkue. Poco después, la nueva revista Gure Herria publicó, en 1921, el primer artículo del joven Pierre Lafitte, sobre las particularidades del vasco labortano de Ithurry.
En cuanto a Clément Mathieu, Pierre Lafitte confesaría más tarde que a él debía su verdadera conversión espiritual.
Sea como fuere, el abate Lafitte fue ordenado sacerdote en la catedral de Bayona el 29 de junio de 1924 y enviado enseguida el Instituto Católico de Toulouse a preparar su licenciatura en letras clásicas. Aprovechó su estancia allí no solo para estudiar, sino también para entablar relación con Pierre Lhande, compatriota bayonés y jesuita académico ampliamente conocido. Asimismo, ejerció su ministerio en un barrio desfavorecido de la ciudad, experiencia que afianzaría definitivamente su “opción por los pobres”, tal y como se diría hoy en día.
En 1926, Pierre Lafitte inauguró el nuevo seminario menor San Francisco Javier de Ustaritz y, tras una última estancia de un año en Toulouse, se estableció para el resto de sus días en dicho establecimiento, en donde enseñó a cientos de alumnos francés, latín, griego, alemán y, por supuesto, euskera, hasta el 23 de marzo de 1985, fecha en la que falleció en el hospital de Bayona y fue enterrado en el cementerio de Ustaritz.
No es fácil dar cuenta de todas las obras y actividades de Pierre Lafitte, pero su larga vida puede ser analizada, lo mismo que el propio siglo XX, en dos partes: la primera, desde su nacimiento hasta el fin de la segunda guerra mundial, es decir de 1901 a 1945; la segunda, desde el fin de la segunda guerra mundial hasta su muerte, es decir de 1945 a1985.
1901-1945
Si echamos un vistazo a la bibliografía y a la correspondencia del padre Lafitte, salta a la vista que nuestro maestro realizó sus trabajos más importantes durante la primera parte de su vida, cuando tenía entre 25 y 45 años, periodo en el que estableció también su autoridad en el mundo de la cultura vasca.
En 1928 el padre Lhande demandó su ayuda y la de su colega en Ustaritz, Phillippe Aranart, para llevar a término la tarea que acababa de emprender, el Dictionnaire basque-français, cuyo último fascículo publicaría Beauchesne en París, en 1938. Más tarde, en 1941 apareció el Vocabulaire français-basque, de Lafitte y Aranart.
Mientras tanto, en 1931 apareció en Bayona Eskualdunen lorategia (1545-1800), primera parte de una modesta antología de la literatura vasca, que no llegó a tener nunca una segunda parte, a la vista de la acogida dispensada por los lectores (menos de 10 ejemplares vendidos). Ello no impidió a su autor continuar con sus investigaciones sobre la historia de la literatura vasca durante toda su vida. En 1933 publicó los textos de las conferencias ofrecidas en el Seminario Mayor de Bayona, sobre los presbíteros Gratien Adéma Zalduby y Jean Barbier, compositores de cánticos populares; en 1942 intervino en el Museo Vasco de Bayona sobre El vasco y la literatura de expresión vasca en Laburdi, Baja Navarra y Soule.
En esa misma época, nuestro joven profesor halló los medios para reeditar el Elizako liburu tipia, un pequeño manual religioso elaborado por el difunto Simon Durruty (1932); Maiatza de Julien Heguy (1932); Koblakarien legea (1935) reglas de versificación vasca; Jesu Kristoren bizitzea (1939) resumen del Evangelio; Hazila (1943) o mes de difuntos; y por último dos recopilaciones de canciones populares que obtuvieron un gran éxito: Kantuz y Errepikan (1944).
No hemos señalado todavía los artículos de todo género (más de 200) que el padre Lafitte publicó en el semanario Eskualduna, durante el largo periodo en que el periódico fue dirigido por hombres como Blaise Adéma (1915-1925), Jean Saint Pierre (1925-1930) o incluso Dominique Soubelet (1930-1938). En cuanto a Gure Herria, revista a la cual Laurent Aphesteguy había invitado a colaborar regularmente al joven profesor de Ustaritz, y cuya secretaría le sería más tarde confiada por Clément Mathieu –su superior en 1930–, cuenta con no menos de 70 artículos firmados por P.L. o Pierre Lafitte, entre 1921 y 1939.
No podríamos olvidar, en cualquier caso, lo que podría denominarse la aventura de Aintzina, es decir, el movimiento político original impulsado por el padre Pierre Lafitte a partir de un manifiesto bilingüe publicado en Bayona en 1933, Eskual Herriaren Alde (A favor del País Vasco), ni el periódico del mismo nombre que se publicó bajo su responsabilidad en Ustaritz entre 1934 y 1937.
Algunos años más tarde (1942-1945), el padre Lafitte confió la cabecera de Aintzina a un grupo de jóvenes para una actividad cultural, políticamente menos marcada, a causa lógicamente de la ocupación alemana.
Es así como a partir de la guerra y tras la victoria (?) de 1945, los bellos sueños y los proyectos de Aintzina quedaron hechos añicos: una desgarradora revisión de perspectivas se impuso tanto al padre Lafitte y a los abertzales del País Vasco continental como a sus hermanos oprimidos del País Vasco peninsular.
1945-1985
Mientras tanto, en 1944 Pierre Lafitte acababa de publicar en la imprenta Delmas de Burdeos su Grammaire basque (Navarro-labourdin littéraire), obra de 489 páginas que agotó tres ediciones y granjeó a su autor un considerable prestigio mucho más allá del País Vasco. Enseguida, tras la deriva y desaparición de Eskualduna, cuando apremiaba encontrar un nuevo título y un responsable no comprometido con el régimen anterior de los “colaboracionsitas”, en el curso de una reunión celebrada en Milafranga (Villefranque) en torno al monseñor Saint Pierre, se convino en que el padre Lafitte asumiría la responsabilidad del nuevo periódico Herria. El semanario todavía sigue publicándose, tras más de medio siglo desde su fundación, dirigido siempre por los discípulos de su primer director y fundador, los sacerdotes Jean Hiriart-Urruty (+) y Emil Larre, sucesivamente.
Al padre Lafitte le gustaba mentir diciendo que su periódico no le ocupaba más que un día a la semana, el martes, pero es seguro que si no las ocupaciones, sí al menos las preocupaciones que le causaron las apariciones regulares de Herria durante, por ejemplo, la guerra de Argelia, le tomaron más de un día por semana. Sea como fuere, tuvo la satisfacción de mantener su publicación contra viento y marea. Ello no impidió a su director publicar un buen número de artículos en la revista Gure Herria del segundo periodo (1950-1978), en la revista Euskera de la Academia de la Lengua Vasca (Euskaltzaindia), en el Boletín del Museo Vasco de Bayona, en la revista Fontes Linguæ Vasconum de Pamplona, etc.
Gracias al padre Lafitte, en 1972 la revista Jakin de los Franciscanos publicó una encomiable antología del canónigo Hiriart-Urruty, la colección Auspoa editó la obra de Manex Etchamendy, Ikas dio a conocer un autor desconocido como Salvat Monho, y Gure Herria nos ofreció la versión vasca de Gastibeltzaren karabinak de Marc Légasse.
Tras haber publicado, bajo el seudónimo de Piarres Ithurralde, sus obras de juventud, canciones, poemas y piezas de teatro, el padre Lafitte se presentó como un viejo molinero, Eiherazaina, para hilar algunos cuentos de su invención, tales como Murtuts y otras historias. Volvió a tomar su verdadero nombre para ofrecernos algunas reflexiones más serias de propia cosecha en Idek eta Zabal, o a invitación de su amigo Jokin Zaitegi en las obras sobre Platon y Spinoza.
Diversos títulos y homenajes recompensaron prontamente los trabajos de este hombre infatigable: la Academia de la Lengua Vasca le ofreció el sillón de Georges Lacombe en 1949; el obispo de Bayona lo nombró canónigo en 1962; y la Universidad del País Vasco lo nombró doctor honoris causa en 1982. Todo ello no le empujó, ni mucho menos, al descanso o a dormitar en su sillón de la universidad o la catedral, menos aún en Euskaltzandia.
Cuando el Señor lo llamó a Su lado, este hombre que había amado siempre a los jóvenes y se había mantenido él mismo siempre joven, dejó a sus colegas más jóvenes proyectos audaces concebidos por él y por un puñado de excepcionales amigos, tales como la gramática de la Academia, el Atlas Lingüístico de la Lengua Vasca, la edición crítica de Lizarraga, la Universidad de Laburdi, y por qué no, una Iglesia vasca del País Vasco reconocida en su propia identidad.
Pierre Charriton